Las aulas se han convertido en el reflejo más claro de las transformaciones sociales que viven las nuevas generaciones. La vida digital, la sobreexposición a las redes sociales y la presión constante por cumplir estándares ajenos han modificado profundamente la forma en que niñas, niños y adolescentes se relacionan con el mundo y consigo mismos. Hoy, más que nunca, el acompañamiento psicológico en las escuelas ya no es un lujo, sino una necesidad urgente.
Una alerta que viene de los propios estudiantes
Desde 2022, Sociedad Educadora ha intervenido en más de 170 instituciones de educación básica en todo Sinaloa a través de talleres de prevención de adicciones y fortalecimiento emocional. En este proceso, ha surgido una petición reiterada por parte del alumnado: la instalación de un modelo de atención psicológica dentro de las escuelas.
En el 30% de las escuelas atendidas, los niños y adolescentes han sugerido directamente la presencia de psicólogos y talleres enfocados en la inteligencia emocional y el manejo de emociones como medidas preventivas ante el consumo de sustancias.
El dato es contundente: cuatro de cada diez estudiantes afirman que los problemas emocionales son el principal motivo que puede llevar a una persona a consumir drogas. Lo que antes se atribuía a la curiosidad, hoy se relaciona con el dolor emocional no atendido.
Un diagnóstico preocupante
Las evaluaciones aplicadas por Sociedad Educadora confirman esta tendencia. Los jóvenes muestran dificultades para manejar la frustración, baja autoestima y falta de autoconocimiento.
Más del 43% de los alumnos no confía en sus propias habilidades, 16% no se acepta tal y como es, y 46% duda de su capacidad para tomar buenas decisiones.
Estos indicadores revelan un malestar emocional creciente que se traduce en ansiedad, falta de confianza y riesgos mayores, como conductas violentas, antisociales o de consumo de drogas.
Además, más del 50% de los estudiantes tiene problemas para identificar sus propios sentimientos, lo que impide reconocer emociones como la tristeza, la frustración o el enojo, y obstaculiza la búsqueda de ayuda o acompañamiento oportuno.
Una deuda pendiente con la salud mental infantil y juvenil
Los resultados no dejan lugar a dudas: hace falta atención psicológica institucionalizada en las escuelas.
Los propios adolescentes lo están solicitando. Quieren ser escuchados, comprendidos y acompañados. Piden espacios donde puedan aprender a reconocer sus emociones, fortalecer su autoestima y manejar de manera sana los conflictos de la vida cotidiana.
Implementar un modelo de atención psicológica en el entorno escolar como lo proponen los mismos alumnos no solo contribuiría a prevenir adicciones y conductas de riesgo, sino que también sería un paso firme hacia la construcción de escuelas emocionalmente seguras.
Porque cuidar la mente y las emociones de la niñez y adolescencia es, al final, invertir en un futuro más sano, empático y resiliente para toda la sociedad.

